DIANA
Soy la diosa de los tribunales de ambrosía,
Y de aquí salvadora, la Reina del Orgullo superado
por ninguno cuyos templos blanquean este mundo;
A lo largo del cielo hago rodar mi resplandeciente luna,
Me deshago en el Infierno sobre mi paz de pálida gente,
En la Tierra, yo, protejo a sus criaturas,
guardia de cada loba preñada y del amarillo zorro que se
esconde,
Y de cada cría inexperta de madre con pluma,
Y todo el amor de los verdes lugares solitarios que frecuentan.

sábado, 16 de junio de 2007

DIANA Y LOS NIÑOS

(Charles G. Leland, El Evangelio de las Brujas, Capítulo Xlll)


Había una vez en Florencia una familia noble, pero tan pobre que sus días de fiestas eran contadísimos. Sin embargo, vivían en un viejo palacio (que estaba en la calle ahora llamada La Vía Cittadella), que era un elegante edificio antiguo, y así que ellos mantenían una apariencia valiente ante el mundo, aunque había muchos días en los que no tenían apenas algo para comer.
Un gran jardín rodeaba el palacio, en él había una antigua estatua de mármol de Diana, representada como una hermosa mujer que parecía estar corriendo con un perro por su lado. Tenía un arco en la mano, y en la frente lucia una pequeña luna. Y se decía que por la noche, cuando todo estaba tranquilo, la estatua cobraba vida y se escapaba del jardín no regresando a él hasta que el sol empezaba a subir en el firmamento.
El padre de la familia tuvo a dos niños, que eran buenos e inteligentes. ¡Un día llegaron a casa con muchas flores que les habían regalado, y la niña le dijo a su hermano: "La hermosa dama del arco debería tener algunas de éstas flores!"
Diciendo esto, colocaron las flores ante la estatua e hicieron una guirnalda, que el chico colocó en la cabeza.
En ese momento entro en el jardín el magnifico mago y poeta Virgil, quien lo sabia todo acerca de los Dioses y las Hadas y dijo sonriente: "Habéis ofrecido correctamente las flores a la Diosa, igual que se hacia en la antigüedad; ahora todo aquel que permanezca aquí deberá pronunciar la oración apropiada, que es la siguiente:"
Y él pronunció la invocación a Diana:
¡Encantadora Diosa del arco!¡Encantadora Diosa de las flechas!De todos los sabuesos y de toda la caza Tu que proteges el cielo estrelladoCuándo el sol se hunde en su sueño Tu que llevas la luna sobre tu frente,Quién prefiere la persecución en la nocheA cazar en la luz del día,Con tus ninfas musicalesDel cuerno – cazadora tu misma,la más poderosa: Te invocoPiensa, aunque solo sea por un instante,¡En nosotros que te invocamos!
Entonces Virgil les enseñó también el hechizo que debe ser pronunciado para conseguir algo bueno que se requiera en especial así como la buena fortuna
Diosa justa del arco iris,¡De las estrellas y de la luna!Poderosa Reina¡De cazadores y de la noche!Pedimos tu ayuda sagrada,Que tu nos puedas conceder¡La mejor de las fortunas!Si atiendes a nuestra sagrada invocaciónY nos concedes la buena suerte,¡Danos ahora como prueba una muestra!
Después de haberles enseñado esto, Virgil de fue.
Los niños fueron rápidamente a contar a sus padres todo cuanto había acontecido, el padre, impresionado, les dijo que lo mantendrían en secreto, no contarían a nadie ni tan solo una ligera insinuación de lo ocurrido. Pero lo que más les asombro fue que a la mañana siguiente, cuando se levantaron y salieron al jardín, hallaron frente a la estatua un ciervo recién cazado, con el que pudieron disfrutar de buenas cenas durante muchos días; a partir de entonces no quisieron hacer juegos de ninguna clase sobre ello, cuando el rezo con fervor había sido pronunciado. Había un vecino de esta familia, un sacerdote, que odiaba completamente el culto a los dioses de antaño, y a cualquiera que no perteneciera a su religión, un día, paseando ante el jardín, vio la estatua de Diana adornada con rosas y otras flores. ¡Y se enfureció tanto que viendo una col tirada en la calle, la refregó en el barro y la arrojó, goteando, sobre la cara de la Diosa diciendo: "Contempla, tu, mala bestia de la idolatría, esta es la adoración que tienes de mi, que el diablo te lleve!"
¡Entonces el sacerdote oyó una voz en la penumbra, entre las densas hojas, y esto es lo que dijo:”Esto esta bien! Ahora te advierto, tu ofrenda esta hecha, ahora yo cumpliré mi parte del juego; por la mañana tendrás la respuesta."
Toda esa noche el sacerdote sufrió sueños horribles, y cuando por fin, justo antes de las tres se durmió, se despertó repentinamente de una pesadilla en la que le pareció como si tuviera algo pesado sobre su pecho. Y algo cayó realmente de él y rodó por el suelo. Y cuando se levantó y lo recogió y lo miró a la luz de la luna vio que era una cabeza humana medio podrida.
¡Otro sacerdote, que había oído su grito de terror, entró en su habitación, y mirado la cabeza, dijo, "conozco esa cara! Es de un hombre a quien confesé, y que fue decapitado hace tres meses en Siena."
Tres días después, el sacerdote que había insultado la diosa murió.

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